Arquitectos del Terror

Arquitectos del Terror

El importante libro de Paul Preston Arquitectos del Terror demuestra la inspiración fascista que se esconde tras la brutal violencia del régimen franquista, según Chris Bambery.

Este es un libro que devoré. Iba a decir que lo disfruté, pero esa realmente no es la palabra apropiada dado que Paul Preston identifica algunos de los personajes más repelentes y malvados que han existido jamás; seis artífices de la rebelión militar de julio de 1936, que fue el detonante de la Guerra Civil española, que desembocó en los 36 años de dictadura del general Francisco Franco.

Esos seis fueron:

  • el policía, Julián Mauricio Carlavilla del Barrio

  • el sacerdote catalán Juan Tusquets Terrats

  • el poeta José María Pemán

  • el aristócrata y ex oficial de caballería Gonzalo de Aguilera y Munro

A estos se unieron:

  • el principal planificador de la sublevación militar, el general Emilio Mola y Vidal

  • el líder de la sublevación en Andalucía General Gonzalo Queipo de Llano y Sierra (un hombre que Preston etiqueta correctamente como el Psicópata del Sur).

Ellos fueron los artífices de este terror que acompañó a la sublevación militar y la posterior guerra civil en el bando nacionalista (como se autodenominarían los sublevados).

Ese terror ha sido minuciosamente diseccionado por Preston en un libro anterior, El Holocausto Español: Inquisición y exterminio en la España del siglo XX, donde cifra el número de ejecutados por los nacionalistas entre 150.000 y 200.000: muchos de ellos yacen aún en fosas comunes, brutalmente torturados, antes de ser fusilados. A las esposas de los asesinados les quitaron sus hijos por la fuerza, para entregarlos a familias nacionalistas.

Romper el silencio

El Holocausto español suscitó gritos histéricos de protesta por parte de la derecha española, que trató de argumentar que Preston era simplemente un rojo, a pesar de ser ampliamente considerado como el historiador más importante de la España moderna, y premiado como tal. Al escribir ese libro, Preston rompía el «Pacto del Silencio», acordado entre los antiguos franquistas y la oposición socialista y comunista durante la transición a la democracia parlamentaria. Junto con una amnistía para todos los torturadores y verdugos franquistas, pactaron dejar atrás los acontecimientos de 1936-1939 y la posterior dictadura.

La otra forma de atacar a Preston era afirmar que ignoraba a las víctimas del terror en la zona controlada por los republicanos, los que permanecían leales al gobierno electo de España, que los generales querían derrocar. De hecho, Preston no lo hizo, pero sí señaló que el número de ejecutados en la zona leal a la República era mucho menor, 50.000, y que el gobierno republicano condenaba los asesinatos tras el levantamiento militar y el consiguiente colapso efectivo del Estado y actuó para detenerlos. Por el contrario, Franco y las autoridades nacionalistas alentaron las matanzas, entregando gran parte de la retaguardia a las garras del partido fascista español, la Falange. A su victoria final seguiría una nueva ola de ejecuciones, que continuó, aunque a una escala mucho menor, hasta el amargo final de la dictadura.

Cuando apareció El Holocausto Español, ese Pacto del Silencio ya estaba siendo desafiado por una nueva generación decidida a descubrir las fosas comunes de las víctimas de Franco, a retirar monumentos y nombres de calle que los celebraban a él y a sus colegas fascistas, especialmente la espantosa tumba donde yacía Franco, el Valle de los Caídos, excavada en la montaña Cuelgamuros, por prisioneros de guerra utilizados como mano de obra esclava.

La dictadura utilizó una amplia gama de tácticas salvajes para deshumanizar, perseguir, aterrorizar y silenciar al enemigo, incluyendo el exilio forzoso de miles de españoles, los campos de trabajo, la tortura y las violaciones. Su objetivo era erradicar a todos los supuestos enemigos de España, actores de la conspiración “judeo-masónica-bolchevique”: izquierdistas de todos los matices, republicanos, liberales y nacionalistas catalanes y vascos. Los catalanes fueron denunciados por la Falange como judíos.

El general Mola anunció la estrategia incluso antes de la guerra, y el 19 de julio de 1936, dijo en un discurso:
Es necesario sembrar el terror.Tenemos que crear la impresión de dominio eliminando sin escrúpulos de vacilación a todos los que no piensen como nosotros.” (p.212).

Franco, en un discurso pronunciado tras su desfile de la victoria del 19 de mayo de 1939 en el Madrid derrotado, justificó la continua necesidad de represión señalando la persistente y necesaria lucha contra los judíos, afirmando:

La Victoria sería baldía si no nos mantuviéramos alerta y mantuviéramos las inquietudes de los días heroicos. Si dejáramos actuar libremente a los eternos disidentes, a los amargados, a los egoístas, a los defensores de la economía liberal… No nos hagamos ilusiones: no podemos extinguir en un día el espíritu judío que facilitó la alianza del gran capital con el marxismo, que sabe de tratos con la revolución antiespañola. Ese espíritu todavía revolotea en muchos corazones.” (pp.27-8).

Antisemitismo fascista

Los seis hombres que Preston presenta en Arquitectos del terror fueron arquitectos de ese terror porque, y este es el punto central del libro, propagaron y difundieron el mito de que España después del colapso efectivo del Estado se enfrentaba a una conspiración «judeo-masónica-bolchevique». Las tres figuras centrales de la dictadura que surgió compartían esa creencia:

  • Franco, el hombre que gobernó España desde su victoria en marzo de 1939 hasta su muerte en noviembre de 1975;

  • Su cuñado y ministro del Interior y de Asuntos Exteriores hasta su destitución en septiembre de 1942, Ramón Serrano Suñer

  • El hombre que se convertiría en el sucesor elegido por Franco, el almirante Luis Carrero Blanco (más recordado ahora por su asesinato a manos del grupo terrorista vasco ETA en diciembre de 1973).

Tras la Segunda Guerra Mundial, tanto Franco como Carrero Blanco tuvieron que intentar suavizar sus declaraciones públicas atacando a judíos y masones, mientras la dictadura intentaba correr una cortina sobre su entusiasta apoyo a Hitler y, a medida que la Guerra Fría cobraba fuerza, se convertía en aliada de Estados Unidos. Pero, no era más que una fachada. Ambos no podían dejar de hacer declaraciones espantosas y ambos escribieron artículos (y Franco incluso escribió el guión de una película) bajo seudónimos atacando a judíos y masones. Los viejos fascistas eran incapaces de cambiar.

Es difícil describir la enorme perversidad de los hombres que señala Preston. Creían en esa espantosa falsificación antisemita, “Los Protocolos de Sión”, que se convirtió en un éxito de ventas en España en los prolegómenos de la guerra civil y bajo la dictadura. Antes de la guerra, Franco devoraba los escritos de Tusquets contra judíos y masones. A su vez, el sacerdote, sin que sus superiores se lo impidieran, formó parte de la conspiración detrás de la eventual sublevación militar, emitiendo un boletín en el que propagaba su enloquecida visión a los oficiales del ejército y creando un fichero de los masones que debían ser asesinados por los golpistas. Afirmaba que podía reconocer a un masón hasta por la forma en que llevaba doblado el pañuelo en el bolsillo de la americana. Instalado en Barcelona, donde la clase obrera aplastó la sublevación militar, Tusquets tuvo que esconderse y sólo escapó a Francia y luego a la zona nacionalista, en un mercante alemán, utilizando un pasaporte portugués obtenido del cónsul de ese país.

El policía, Carlavilla, publicó libros violentamente antisemitas en los que defendía la conspiración judeo-masónica-bolchevique y tuvo que huir a Portugal (entonces una dictadura de derechas, que se convertiría en un importante aliado de Franco) tras verse implicado en complots para asesinar a dirigentes del recién elegido gobierno liberal de centro-izquierda del Frente Popular. Regresó a España y siguió difundiendo sus ideas hasta su muerte en 1982.

El poeta Pemán fue un propagandista aún más importante para Franco en las semanas previas a la sublevación militar y recorría los campos de batalla deleitándose ante la vista de cadáveres de soldados y simpatizantes republicanos ejecutados, vistiendo la camisa azul de la Falange.

Violencia fascista

Aguilera se jactaba de que, al enterarse de la sublevación militar, salió, puso en fila a los jornaleros de su finca y fusiló a seis de ellos que había elegido al tún-tún. De madre británica y educado en un colegio católico privado de Inglaterra, Aguilera se encargaría de vigilar a la prensa extranjera. Era un matón que podía pasar de ser un inglés de la vieja escuela a ser un sádico violento.

Mola planeó el levantamiento militar y comandó las fuerzas fascistas en el norte de España, pero se vio contrariado por el fracaso de los levantamientos organizados en las grandes ciudades de Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao. Las grandes zonas del norte de España apoyaron la sublevación y se sumaron a ella sin oponer demasiada resistencia. Eso no impidió que Mola ordenara a sus hombres implantar el terror, asesinando a cualquiera sospechoso de haber votado al gobierno republicano o de ser vegetariano, naturista o defensor del Esperanto. Los profesores eran otro de sus objetivos. Desde el principio, Mola vio la guerra civil como una cruzada contra la conspiración judeo-masónica-bolchevique, y dijo a los oficiales fascistas italianos que luchaban a su lado, que vería con buenos ojos la destrucción total de la clase obrera industrial. Como muchos veteranos de la larga y amarga guerra colonial en Marruecos, Mola, al igual que Franco, tenía la misma actitud despectiva ante la clase obrera que había demostrado con los marroquíes en las guerras de Marruecos.

Queipo de Llano tomó el control de la sublevación en Sevilla, abriéndose paso a codazos hasta la cima. Se haría famoso por sus diatribas en la radio prometiendo la muerte a una larga lista de supuestos conspiradores que querían destruir España. Esa lista incluía al presidente Roosevelt, supuestamente controlado por los judíos. Sus fuerzas, ayudadas por escuadrones de falangistas, llevaron a cabo asesinatos en masa en las ciudades y pueblos del sur, donde los jornaleros sin tierra apoyaban a la República. Los aristócratas se unieron a él con regocijo. Al propio Queipo le encantaba matar, y violaba y agredía sexualmente a las prisioneras. También despreciaba a los que estaban por encima de él, sobre todo a Franco, y quedó marginado a medida que el dictador se hacía con el poder.

A menudo se dice que Franco no era fascista. Puede ser, pero él y los demás protagonistas de este libro compartían el instinto genocida de Hitler y los nazis. La Falange se incorporaría al Movimiento Nacional bajo su mando, junto con monárquicos de distintos matices, y jugaron un papel fundamental en sembrar el terror. También La Falange jugó un papel fundamental dentro del régimen, hasta que quedó claro que Alemania iba a ser derrotada. No obstante, la Falange siguió siendo la fuerza a la que Franco siempre recurría cada vez que se sentía amenazado.

El éxito de la extrema derecha en la difusión del pernicioso mito de una conspiración “judeo-masónica-bolchevique” se basó en viejas tradiciones católicas, que se remontan a la expulsión de musulmanes y judíos en 1492, cuando se conquistó, en tiempos de los Reyes Católicos, el último reino musulmán de Granada.

Pero sus propagandistas recogieron y difundieron rápidamente la versión actual procedente de Berlín. La Falange creció como la espuma antes de la sublevación militar, reclutando en masa a la juventud monárquica, y volvió a hacerlo una vez que la guerra civil se puso en marcha y se le dio vía libre para matar en masa.

Toda la derecha española, desde los abiertamente fascistas hasta los cuerpos de oficiales, la jerarquía católica y la mayor parte del sacerdocio, y los monárquicos, estaban infectados por las ideas nazis y por los métodos nazis. Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, Franco declaró a España neutral, pero tras la ocupación de Escandinavia, los Países Bajos y Francia por Hitler, cambió esa declaración por la de “no beligerancia”, apoyando a Alemania e Italia en todo menos en unirse a la lucha.

La verdad era que después de la guerra civil, España no estaba en condiciones de unirse a la guerra y Hitler no podía permitirse suministrarle el material que hubiera necesitado, ni acceder al precio de Franco – quedarse con franjas del norte de África. Pero cuando Hitler invadió Rusia, Franco sí envió 40.000 hombres de la fascista División Azul, a luchar allí. Suministró al Tercer Reich materias primas y armamento hasta el final, y los submarinos de Hitler atracaron en puertos españoles para repostar, reparar y recibir cartas meteorológicas e información sobre la navegación británica. A su vez, los alemanes llevaron a cabo una enorme operación de propaganda en España dirigida contra los judíos.

Legado Tóxico

Lo que Preston también demuestra es que los esfuerzos posteriores por fingir que España ayudó a salvar a judíos de toda Europa fueron una mentira descarada. El régimen entregó el censo de su propia población judía al comandante de las SS, Heinrich Himmler. Les impuso multas e impuestos y dejó claro que no formaban parte del nuevo orden franquista. Cuando Franco ocupó Tánger, hasta entonces posesión francesa, la Falange se desbocó, atacando a su población judía y obligándola a huir. El régimen también intentó impedir que los refugiados judíos (incluidos los judíos sefardíes de habla hispana, descendientes de los expulsados del Reino de España en 1492, muchos de los cuales tenían pasaporte español) entraran en España. Al final cedieron hasta cierto punto, sólo permitió cruzar el país hasta un puerto desde el que pudieran partir, a los que tenían papeles. Los que no tenían papeles fueron internados en campos de concentración.

Durante todo este tiempo, la prensa y la radio emitían declaraciones antisemitas que les proporcionaba la embajada alemana o que extraían de “Los Protocolos de Sion”. La negación del Holocausto en la posguerra era la regla del día. Este libro da cita tras cita para probar todo esto. No las reproduzco por no dar publicidad a esas mentiras.

¿Por qué importa todo esto? Desde la muerte de Franco, España ha luchado por lidiar con un legado tóxico. Una muestra de ello fue su reacción al impulso independentista catalán, que culminó en el referéndum ilegal de octubre de 2017. El gobierno derechista del Partido Popular envió a la policía paramilitar para impedir la votación, atacando a los votantes, irrumpiendo en los colegios electorales y confiscando urnas. Desde entonces, dirigentes catalanes han sido encarcelados, exiliados y cientos procesados por delitos como, por ejemplo, injurias a la monarquía.

En España hubo consenso entre la derecha y los socialistas en que los catalanes no podían votar a favor de la independencia. Sin embargo, la derecha se ha opuesto rotundamente a los intentos de abrir las fosas comunes franquistas. Durante décadas, el país se enorgullecía de que la extrema derecha fuera insignificante, pero eso cambió en diciembre de 2018 cuando un nuevo partido, Vox, entró en el gobierno regional de Andalucía en coalición con el centro derecha. Desde entonces, ha establecido su presencia en el parlamento central y ha cedido sus votos al derechista Partido Popular, haciéndose con el control de la región clave de Castilla y León.

El partido combinó el conocido ataque a los inmigrantes -especialmente a los musulmanes- con violentos ataques al nacionalismo catalán y vasco, apelando a la identidad católica de España y a la familia. Los ataques a los musulmanes se vincularon a la larga “reconquista” de España tras haber sido conquistado por árabes y bereberes. Vox no ataca a los judíos ni a los masones, pero los temas subyacentes se hacen eco de los de Franco, sobre todo en su obsesión por los catalanes.

El presidente de Vox, Santiago Abascal, declaró en 2019:

‘Somos la voz de todos aquellos que tuvieron padres en el bando nacionalista y se resisten a tener que pedir perdón por lo que hicieron sus familias. Somos la voz de todos los que no quieren cambiar el nombre de su calle por las creencias políticas fanáticas de quienes quieren una España de memoria unilateral.’

Cuando el Gobierno de coalición Socialista-Podemos presentó una nueva Ley de Memoria Democrática (por la que Franco era retirado del Valle de los Caídos), Macarena Olona, Secretaria General de Vox, dijo en el Congreso español que la izquierda estaba “intentando ganar mediante leyes una guerra que perdió en el campo de batalla”[1]

Architectos del Terror, de Paul Preston, es una lectura escalofriante, no sólo por lo que nos cuenta sobre Franco y sus asesinos, sino porque lleva implícita una advertencia de la historia que no puede ser ignorada hoy.